Víctor y Jordi en St.Enimie (Gorgues du Tarn), Diciembre'06
EN LA INMENSIDAD INFINITA
(Recuerdos con Víctor en el Parc de la Ciutadella)
Son muchos los recuerdos que me vienen a la mente de los ratos pasados con Víctor. Pero hoy, tal vez porque eran momentos en los que estábamos solos él y yo, recuerdo con especial ternura nuestros viajes al Parc de la Ciutadella.
La excursión siempre comenzaba con el eterno dilema de si coger el carrito o la bicicleta, aunque finalmente siempre nos decidíamos por la última. Luego, por supuesto, el tema del transporte.
-‘Cogeremos el metro pequeño (en referencia la línea 4 del metro) o el tranvía?’, siempre me preguntaba. Y yo le decía que las dos cosas. El metro hasta el Fórum y luego el tranvía hasta el final de la línea en el Parc de la Ciutadella.
Le encantaba el tema de los transportes. Los últimos días, ya se sabía el camino casi de memoria e iba el sólo delante con su bici y yo a pocos metros detrás. Una vez llegados al parque había que ir sin tardanza a ver al ‘elefante cagón’, como el lo llamaba, esa escultura de un mamut junto al lago. Un día se me ocurrió que al pasar él por debajo hice el ruido como si el elefante estuviera haciendo caca y eso le encantó. Así pues, tenía que pasar repetidas veces por debajo del trasero del mamut y yo tenía que hacer como si estuviera en el lavabo a punto de hacer ‘aguas mayores’. Se reía como un loco y siempre quería más y más.
Luego tocaba dar de comer a los patos con pan duro que había sobrado de casa. El muy miedica se asustaba cuando los patos se acercaban demasiado y se escondía detrás de mí, hasta que se dio cuenta de que eran inofensivos y se acostumbró a tenerlos al lado.
También recuerdo esos ratos junto a la cascada, dentro del quiosco de música que hay en la plaza central. Yo hacía que lo encerraba dentro y él se reía y me decía ‘Tete, no te vayas y me dejes aquí, que quiero salir.’
Y así entre bromas y demás se pasaba la mañana y era la hora de volver a casa para comer. Y de vuelta al tranvía y al ‘tren pequeño’.
No sé porque le había cogido tanto interés el niño al parque dichoso ese, porque, la verdad, no le encuentro nada de especial. Pero como a él le gustaba, pues había que ir.
Ahora tardaré mucho en volver a ese parque, a pasear junto al mamut de piedra que se ha quedado un poco más solo y a dar de comer a los patos. Víctor ya no está en el parque, está en otro lugar mucho mejor que nosotros, aunque a nosotros nos duela mucho. Él ha pasado la frontera de la vida finita para entrar antes de tiempo en la inmensidad infinita. Ahora él es eterno.
(Recuerdos con Víctor en el Parc de la Ciutadella)
Son muchos los recuerdos que me vienen a la mente de los ratos pasados con Víctor. Pero hoy, tal vez porque eran momentos en los que estábamos solos él y yo, recuerdo con especial ternura nuestros viajes al Parc de la Ciutadella.
La excursión siempre comenzaba con el eterno dilema de si coger el carrito o la bicicleta, aunque finalmente siempre nos decidíamos por la última. Luego, por supuesto, el tema del transporte.
-‘Cogeremos el metro pequeño (en referencia la línea 4 del metro) o el tranvía?’, siempre me preguntaba. Y yo le decía que las dos cosas. El metro hasta el Fórum y luego el tranvía hasta el final de la línea en el Parc de la Ciutadella.
Le encantaba el tema de los transportes. Los últimos días, ya se sabía el camino casi de memoria e iba el sólo delante con su bici y yo a pocos metros detrás. Una vez llegados al parque había que ir sin tardanza a ver al ‘elefante cagón’, como el lo llamaba, esa escultura de un mamut junto al lago. Un día se me ocurrió que al pasar él por debajo hice el ruido como si el elefante estuviera haciendo caca y eso le encantó. Así pues, tenía que pasar repetidas veces por debajo del trasero del mamut y yo tenía que hacer como si estuviera en el lavabo a punto de hacer ‘aguas mayores’. Se reía como un loco y siempre quería más y más.
Luego tocaba dar de comer a los patos con pan duro que había sobrado de casa. El muy miedica se asustaba cuando los patos se acercaban demasiado y se escondía detrás de mí, hasta que se dio cuenta de que eran inofensivos y se acostumbró a tenerlos al lado.
También recuerdo esos ratos junto a la cascada, dentro del quiosco de música que hay en la plaza central. Yo hacía que lo encerraba dentro y él se reía y me decía ‘Tete, no te vayas y me dejes aquí, que quiero salir.’
Y así entre bromas y demás se pasaba la mañana y era la hora de volver a casa para comer. Y de vuelta al tranvía y al ‘tren pequeño’.
No sé porque le había cogido tanto interés el niño al parque dichoso ese, porque, la verdad, no le encuentro nada de especial. Pero como a él le gustaba, pues había que ir.
Ahora tardaré mucho en volver a ese parque, a pasear junto al mamut de piedra que se ha quedado un poco más solo y a dar de comer a los patos. Víctor ya no está en el parque, está en otro lugar mucho mejor que nosotros, aunque a nosotros nos duela mucho. Él ha pasado la frontera de la vida finita para entrar antes de tiempo en la inmensidad infinita. Ahora él es eterno.
1 comentario:
Querido Jordi,
Cuando te veas capaz de volver al parque, quizás Víctor, desde dónde esté, te haga descubrir nuevos rincones, nuevas sensaciones, y será entonces cuando lo sientas tan dentro de ti que podras volver a sonreir...
Un beso.
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